Es
una locura lo rápido que vuelve el zumbido después de haber estado sobrio
durante tanto tiempo.
Abrí
la puerta y me sentí mareada al verlo, con los ojos borrosos y las piernas
temblorosas. Solía tomarme al menos un tiro para llegar a este punto, pero mi
nivel de tolerancia se había debilitado por la distancia y el tiempo, y sólo
con ver, él calentó mi sangre. Agarré el pomo con más fuerza, como si eso
ayudara, pero era como tratar de tragar agua después de pasar el punto de no
retorno.
Whiskey
estaba allí, en mi puerta, como lo había hecho un año antes.
Excepto
que esta vez, no hubo lluvia, ni rabia, ni invitación de boda -éramos sólo
nosotros. Era sólo él,- el viejo amigo, la sonrisa fácil, el solaz retorcido
envuelto en una botella brillante.
Sólo
era yo,- la alcohólica, fingiendo que no quería probarlo, dándose cuenta
demasiado rápido de que los meses de estar limpia no me hacían desearlo menos.
Pero
no podemos empezar aquí.
No,
para contar bien esta historia, tenemos que volver.
Volver
al principio.
Volver
a la primera gota.
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